El estado del planeta a
inicios de 2007
Discurso de SS Benedicto
XVI a la Curia
romana
8 enero 2007
Señor
Decano,
Excelencias,
Señoras y Señores:
Con
mucho gusto os recibo hoy para esta tradicional ceremonia de intercambio de
felicitaciones. Aunque se renueva cada año, no se trata sin embargo de una
simple formalidad, sino de una ocasión para consolidar nuestra esperanza y para
comprometernos aún más al servicio de la paz y del desarrollo de las personas y
de los pueblos.
En primer
lugar, deseo agradecer a vuestro Decano, el Embajador Giovanni Galassi, las
amables palabras con las que ha expresado vuestra felicitación. Dirijo también
un saludo particular a los Embajadores que participan por primera vez en este
encuentro. A todos os expreso mis más cordiales votos y os aseguro mis oraciones
para que el 2007 sea para vosotros, vuestras familias y colaboradores, para
todos los pueblos y para quienes los rigen, un año de prosperidad y de
paz.
Al inicio
del año se nos invita a mirar la situación internacional para examinar los retos
que debemos afrontar juntos. Entre las cuestiones esenciales, ¿cómo no pensar en
los millones de personas, especialmente mujeres y niños, que carecen de agua,
comida y vivienda? El escándalo del hambre, que tiende a agravarse, es
inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para
subsanarlo. Esto nos impulsa a cambiar nuestros modos de vida y nos recuerda la
urgencia de eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía
mundial, y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de
garantizar el respeto del medio ambiente y un desarrollo humano integral para
hoy y sobre todo para el futuro. Invito de nuevo a los Responsables de las
Naciones más ricas a tomar las iniciativas necesarias para que los países
pobres, que a menudo poseen muchas riquezas naturales, puedan beneficiarse de
los frutos de sus propios bienes. Desde este punto de vista, es también motivo
de preocupación el retraso en el cumplimiento de los compromisos asumidos por la
comunidad internacional en los años recientes. Sería, pues, de desear la
reanudación de las negociaciones comerciales de "Doha Development Round" de
la Organización
Mundial del Comercio, así como la continuación y la aceleración
del proceso de anulación y reducción de la deuda de los países más pobres, sin
que eso esté condicionado por medidas de ajuste estructural, perjudiciales para
las poblaciones más vulnerables.
Igualmente,
en el ámbito del desarme, se multiplican los síntomas de una crisis progresiva,
vinculada a las dificultades en las negociaciones sobre las armas convencionales
así como sobre las armas de destrucción masiva, y, por otra parte, al aumento de
los gastos militares a escala mundial. Las cuestiones de seguridad, agravadas
por el terrorismo que es necesario condenar firmemente, deben tratarse con un
enfoque global y clarividente.
Por lo que
se refiere a las crisis humanitarias, conviene tener en cuenta que las
Organizaciones que las afrontan necesitan un apoyo más fuerte, a fin de que
puedan proporcionar protección y asistencia a las víctimas. Otra cuestión que
adquiere siempre más relieve es la de los movimientos de personas: millones de
hombres y mujeres se ven obligados a dejar sus hogares o su patria debido a
violencias, o a buscar condiciones de vida más dignas. Es ilusorio pensar que
los fenómenos migratorios puedan ser bloqueados o controlados simplemente por
la fuerza.
Las migraciones y los problemas que crean deben afrontarse con
humanidad, justicia y compasión.
¿Cómo no
preocuparse también de los continuos atentados a la vida, desde la concepción
hasta la muerte natural? Tales atentados afectan incluso a regiones donde la
cultura del respeto de la vida es tradicional, como en África, donde se intenta
trivializar subrepticiamente el aborto por medio del Protocolo de Maputo, así
como por el Plan de acción adoptado por los Ministros de Sanidad de la Unión
Africana, y que dentro de poco se someterá a la Cumbre de Jefes de Estado y de
Gobierno. Se extienden también amenazas contra la estructura natural de la
familia, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, así como los
intentos de relativizarla dándole el mismo estatuto que a otras formas de unión
radicalmente diferentes. Todo esto ofende la familia y contribuye a
desestabilizarla, violando su carácter específico y su papel social único. Otras
formas de agresión a la vida se cometen a veces al amparo de la investigación
científica. Se apoya en la convicción de que la investigación no está sometida
más que a las leyes que ella se da a sí misma, y que no tiene otro límite que
sus propias posibilidades. Es el caso, por ejemplo, del intento de legitimar la
clonación humana para hipotéticos fines terapéuticos.
Este cuadro
preocupante no impide percibir elementos positivos que caracterizan nuestra
época. Quisiera mencionar, en primer lugar, la creciente toma de conciencia
sobre la importancia del diálogo entre las culturas y entre las religiones. Se
trata de una necesidad vital, concretamente ante los retos comunes que afectan a
la familia y a la
sociedad. Por otra parte, pongo de relieve numerosas
iniciativas en este sentido, encaminadas a construir las bases comunes para
vivir en concordia.
Conviene
también tener en cuenta cómo la comunidad internacional ha tomado conciencia
cada vez más de los enormes retos de nuestro tiempo, así como de los esfuerzos
para que se traduzca en actos concretos. En el seno de la Organización de las
Naciones Unidas, el año pasado se ha creado el Consejo de Derechos Humanos,
esperando que centre su actividad en la defensa y promoción de los derechos
fundamentales de la persona, en particular el derecho a la vida y el derecho a
la
libertad religiosa. Evocando las Naciones Unidas, me siento en
el deber de saludar con gratitud a Su Excelencia el Señor Kofi Annan por la obra
llevada a cabo durante sus mandatos de Secretario General. Formulo mis mejores
votos para su sucesor, el Señor Ban Ki-moon, que acaba de asumir sus
funciones.
En el ámbito
del desarrollo, se han promovido también diversas iniciativas a las que
la Santa
Sede ha ofrecido su apoyo, recordando al mismo tiempo que estos
proyectos no deben dispensar del compromiso de los países desarrollados de
destinar el 0,70% de su producto interior bruto para la ayuda internacional.
Otro elemento importante es el esfuerzo común para la erradicación de la
miseria, que requiere no sólo una asistencia cuya extensión es de desear, sino
también la toma de conciencia sobre la importancia de la lucha contra la
corrupción y la promoción de la buena administración. Es necesario también
fomentar y continuar los esfuerzos realizados con el fin de garantizar la
aplicación del derecho humanitario a las personas y a los pueblos, para una
protección más eficaz de las poblaciones civiles.
Al
considerar la situación política en los distintos continentes, encontramos aún
muchos motivos de preocupación y de esperanza. Constatamos en primer lugar que
la paz es a menudo
muy frágil e incluso ridiculizada. No podemos olvidar el Continente africano. El
drama de Darfur continúa y se extiende a las regiones fronterizas del Chad y de
la
República Centroafricana. La comunidad internacional parece
impotente desde hace casi cuatro años, a pesar de las iniciativas destinadas a
aliviar a las poblaciones indefensas y a aportar una solución política. Estos
medios sólo podrán ser eficaces mediante una colaboración activa entre las
Naciones Unidas, la Unión Africana, los Gobiernos implicados y otros
protagonistas. Les invito a todos a actuar con determinación: no podemos aceptar
que tantos inocentes sigan sufriendo y muriendo así.
La situación
en el Cuerno de África se ha agravado recientemente con la reanudación de las
hostilidades y la internacionalización del conflicto. Al llamar a todas las
partes a que abandonen las armas y a la negociación, me permito recordar a Sor
Leonella Sgorbati, que dio su vida al servicio de los más desfavorecidos,
invocando el perdón para sus asesinos. Que su ejemplo y su testimonio inspiren a
todos los que buscan realmente el bien de Somalia.
En Uganda,
es preciso alentar los avances de las negociaciones entre las partes, de cara a
poner fin a un conflicto cruel en el que se han reclutado incluso numerosos
niños obligados a hacer de soldados. Esto permitirá a muchos desplazados volver
a su casa y reemprender una vida digna. La colaboración de los jefes religiosos
y la reciente designación de un Representante del Secretario General de las
Naciones Unidas son un buen augurio. Repito: no olvidemos África y sus numerosas
situaciones de guerra y tensión. Es necesario recordar que sólo las
negociaciones entre los diferentes protagonistas pueden abrir la vía para una
justa solución de los conflictos y dejar entrever un progreso en la
consolidación de la paz.
La Región de
los Grandes Lagos se ha visto ensangrentada, después de años, por guerras
feroces. Con satisfacción y esperanza conviene acoger la reciente evolución
positiva, en particular la conclusión de la fase de transición política en
Burundi y más recientemente en la República Democrática
del Congo. Sin embargo, es urgente que los países se esfuercen por recuperar el
funcionamiento de las instituciones del estado de derecho, para poner freno a
todas las arbitrariedades y permitir el desarrollo social. Para Ruanda, deseo
que el largo proceso de reconciliación nacional después del genocidio alcance su
fruto en la justicia, y también en la verdad y el perdón. La Conferencia
internacional sobre la Región de los Grandes Lagos, con la participación de una
delegación de la Santa
Sede y de representantes de numerosas conferencias episcopales
nacionales y regionales de África Central y Oriental, deja entrever nuevas
esperanzas. Finalmente, quisiera mencionar Costa de Marfil, exhortando a las
partes implicadas a crear un clima de confianza recíproca que pueda llevar al
desarme y a la pacificación, y, por otra parte, África Austral: en estos países,
millones de personas se ven reducidas a una situación muy vulnerable, que exige
la atención y el apoyo de la comunidad internacional.
Señales
positivas para África vienen igualmente de la voluntad, expresada por la
comunidad internacional, de mantener este continente en el centro de su atención, y
también de reforzar las instituciones continentales y regionales, que da prueba
de la intención de los países interesados de hacerse cada vez más responsables
de su propio destino. Asimismo, es necesario alabar la digna actitud de las
personas que cada día, sobre el terreno, se comprometen con determinación a
promover proyectos que contribuyen al desarrollo y a la organización de la vida
económica y social.
El viaje
apostólico, que en el próximo mes de mayo haré a Brasil, me ofrece la ocasión de
dirigir mi mirada hacia este gran país que me espera con alegría, y hacia toda
Latinoamérica y el Caribe. La mejora de algunos índices económicos, el
compromiso en la lucha contra el tráfico de drogas y contra la corrupción, los
distintos procesos de integración, los esfuerzos para mejorar el acceso a la
educación, para combatir el desempleo y para reducir desigualdades en la
distribución de las rentas, son índices que se han de destacar con satisfacción.
Si estos progresos se consolidan, podrán contribuir de manera determinante a
vencer la pobreza que aflige a vastos sectores de la población y aumentar la
estabilidad institucional. Al tratar sobre las elecciones que se han tenido el
año pasado en varios países, conviene subrayar que la democracia está llamada a
tener en cuenta las aspiraciones del conjunto de los ciudadanos, a promover el
desarrollo en el respeto de todos los miembros de la sociedad, según los
principios de la solidaridad, de la subsidiariedad y de la justicia. Sin
embargo, conviene ponerse en guardia frente al riesgo de un ejercicio de la
democracia que se transforme en dictadura del relativismo, proponiendo modelos
antropológicos incompatibles con la naturaleza y la dignidad del
hombre.
Mi atención
se dirige muy especialmente hacia algunos países, en particular Colombia, donde
el largo conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por
lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos
necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus
familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas.
Tales señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados
en la lucha armada. Nuestra mirada se dirige a Cuba. Con el deseo de que cada
uno de sus habitantes pueda realizar sus aspiraciones legítimas en favor del
bien común, permitidme que retome la llamada de mi venerado Predecesor: «Que
Cuba se abra al mundo y el mundo a Cuba». La apertura recíproca con los demás
países redundará en beneficio de todos. No lejos de allí, el pueblo haitiano vive todavía
en una gran pobreza y en la violencia. Formulo mis
votos para que el interés de la comunidad internacional, manifestado entre otras
iniciativas por las conferencias de donantes que tuvieron lugar en 2006, lleve a
la consolidación de las instituciones y permita al pueblo convertirse en
protagonista de su propio desarrollo, en un clima de reconciliación y
concordia.
Asia
presenta, ante todo, unos países caracterizados por una población muy numerosa y
un gran desarrollo económico. Pienso en China y en la India, países en plena
expansión, deseando que su presencia creciente en la escena internacional
conlleve beneficios para sus propias poblaciones y para las otras naciones.
Igualmente, formulo votos por Vietnam, recordando su reciente adhesión a
la Organización
Mundial del Comercio. Mi pensamiento se dirige a las
comunidades cristianas. En la mayor parte de los países de Asia se trata a
menudo de comunidades pequeñas, pero vivas, que desean legítimamente poder vivir
y actuar en un clima de libertad religiosa. Éste es un derecho primordial y al
mismo tiempo una condición que les permitirá contribuir al progreso material y
espiritual de la sociedad, actuando como elementos de cohesión y
concordia.
En Timor
Oriental, la Iglesia católica se propone seguir ofreciendo su contribución, en
particular en los sectores de la educación, de la sanidad y de la reconciliación
nacional. La crisis política sufrida por este joven Estado, así como por otros
países de la región, evidencia una cierta fragilidad de los procesos de
democratización. Peligrosos focos de tensión se fraguan en la Península de
Corea. Debe perseguirse en el marco de la negociación el objetivo de la
reconciliación del pueblo coreano y la desnuclearización de la Península, que
tantos efectos beneficiosos tendría en toda la región. Conviene evitar los
gestos que puedan comprometer las negociaciones, sin condicionar por ello a sus
resultados las ayudas humanitarias destinadas a las capas más vulnerables de la
población norcoreana.
Quisiera
llamar vuestra atención sobre otros dos países asiáticos que son motivo de
preocupación. En Afganistán, es necesario deplorar, a lo largo de los últimos
meses, el aumento notable de la violencia y los ataques terroristas, que
dificultan el camino hacia una salida de la crisis gravando pesadamente sobre
las poblaciones locales. En Sri Lanka, el fracaso de las negociaciones de
Ginebra entre el Gobierno y el Movimiento Tamil ha supuesto una intensificación
del conflicto, que provoca inmensos sufrimientos entre la población civil. Sólo
la vía del diálogo podrá garantizar un futuro mejor y más seguro para
todos.
Oriente
Medio es fuente también de grandes inquietudes. Por eso quise enviar una carta a
los católicos de la región con motivo de la Navidad, para expresar mi
solidaridad y mi proximidad espiritual con todos, y para animarles a continuar
con su presencia en la región, con la certeza de que su testimonio será una
ayuda y un apoyo para un futuro de paz y fraternidad. Renuevo mi urgente llamada
a todas las partes implicadas en el complejo tablero político de la región, con
la esperanza que se consoliden las señales positivas, entre Israelíes y
Palestinos, verificadas durante las últimas semanas. La Santa Sede no se cansará nunca de
repetir que las soluciones armadas no conducen a nada, como se ha visto en el
Líbano el verano pasado. El futuro de este país pasa necesariamente por la
unidad de todos los que lo integran y por las relaciones fraternas entre los
diferentes grupos religiosos y sociales. Éste es un mensaje de esperanza para
todos. No es posible tampoco contentarse con soluciones parciales o
unilaterales. Para poner fin a la crisis y a los sufrimientos que ocasiona en
las poblaciones, es necesario proceder según un enfoque global, que no excluya a
nadie en la búsqueda de una solución negociada y que tenga en cuenta las
aspiraciones y los legítimos intereses de los distintos pueblos implicados; en
particular, los Libaneses tienen derecho a ver respetadas la integridad y la
soberanía de su país; los Israelíes tienen derecho a vivir en paz en su Estado;
los Palestinos tienen derecho a una patria libre y soberana. Si cada uno de los
pueblos de la región ve sus aspiraciones tomadas en consideración y se siente
menos amenazado, se reforzará la confianza mutua. Esta misma confianza aumentará
si un país como Irán, especialmente en lo que concierne a su programa nuclear,
acepta dar una respuesta satisfactoria a las legítimas preocupaciones de la
comunidad internacional. Los pasos dados en este sentido tendrán sin duda alguna
un efecto positivo para la estabilidad de toda la región, y en particular de
Irak, poniendo fin a la espantosa violencia que ensangrienta este país y
ofreciendo la posibilidad de relanzar su reconstrucción y la reconciliación
entre todos sus habitantes.
Un poco más
cerca, en Europa, nuevos países de larga tradición cristiana como Bulgaria y
Rumania, han entrado en la Unión Europea. Al
prepararnos para celebrar el cincuenta aniversario de los Tratados de Roma, se
impone una reflexión sobre el Tratado constitucional. Deseo que los valores
fundamentales que están a la base de la dignidad humana sean protegidos
plenamente, en particular la libertad religiosa en todas sus dimensiones, así
como los derechos institucionales de las Iglesias. Al mismo tiempo, no se puede
hacer abstracción del innegable patrimonio cristiano de este continente, que
contribuyó ampliamente a modelar la Europa de las Naciones y la Europa de los
pueblos. El cincuenta aniversario de la insurrección de Budapest, celebrado en
el mes de octubre pasado, nos ha recordado los acontecimientos dramáticos del
siglo XX, incitando a todos los Europeos a construir un futuro libre de toda
opresión y de todo condicionamiento ideológico, a establecer vínculos de amistad
y fraternidad, y a manifestar solicitud y solidaridad hacia los más pobres y
pequeños; del mismo modo, es importante superar las tensiones del pasado,
promoviendo la reconciliación a todos los niveles, ya que sólo ésta es la que
permite construir el futuro y favorecer la esperanza. Pido también a
todos los que en el continente europeo son tentados por el terrorismo, que cesen
toda actividad de este género, ya que tales comportamientos, que hacen
prevalecer la violencia ciega y provocan el miedo en la población, constituyen
una vía sin salida. Pienso también en los distintos "conflictos congelados",
deseando que encuentren rápidamente una solución definitiva, así como en las
tensiones recurrentes vinculadas hoy sobre todo a los recursos
energéticos.
Deseo que la
región de los Balcanes alcance la estabilidad que todos esperan, de modo
particular gracias a la integración en las estructuras continentales por parte
de las naciones que la componen, así como al apoyo de la comunidad
internacional. El establecimiento de relaciones diplomáticas con la República de
Montenegro, que acaba de entrar pacíficamente en el concierto de las naciones, y
el Acuerdo de Base firmado con Bosnia Herzegovina, son dos signos de la atención
constante de la Santa
Sede hacia la región de los Balcanes. Mientras se acerca el
momento en que se definirá el estatuto de Kosovo, la Santa Sede pide a todos los
implicados un esfuerzo de sabiduría clarividente, de flexibilidad y de
moderación, para que se encuentre una solución que respete los derechos y las
legítimas expectativas de todos.
Las
situaciones que he mencionado constituyen un reto que nos implica a todos; se
trata de un reto consistente en promover y consolidar todo lo que de positivo
hay en el mundo y a superar, con buena voluntad, sabiduría y tenacidad, todo lo
que hiere, degrada y mata al hombre. Sólo será posible promover la
paz si se respeta
la persona humana, y sólo construyendo la paz es como se sentarán las bases de un
auténtico humanismo integral. Aquí encuentra respuesta la preocupación ante el
futuro de tantos contemporáneos nuestros. Sí, el futuro podrá ser sereno si
trabajamos juntos por el hombre. El hombre, creado a imagen de Dios, tiene una
dignidad incomparable; es tan digno de amor a los ojos de su Creador, que Dios
no dudó en entregarle a su propio Hijo. Éste es el gran misterio de Navidad, que
acabamos de celebrar, y cuyo clima de alegría se prolonga hasta nuestro
encuentro de hoy. La Iglesia, en su compromiso al servicio del hombre y de la
construcción de la paz, está al lado de todas las personas de buena voluntad,
ofreciendo una colaboración desinteresada. Que juntos, cada uno en su puesto y
con sus propios talentos, sepamos trabajar en la construcción de un humanismo
integral, el único que puede garantizar un mundo pacífico, justo y solidario.
Acompaño este deseo con la oración que elevo al Señor por todos vosotros y
vuestras familias, por vuestros colaboradores y por los pueblos que
representáis.
[Traducción
del original francés distribuida por la Santa
Sede
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Fuente: ZENIT.org, ZS07010804